14 febrero 2012

La Copa de África de Kalaba, el distinto

A Zambia nunca se le ha dado bien el fútbol. Nunca se le ha dado bien el deporte en general. Lamentablemente, en lo único que han ganado varias veces los zambios es el de liderar los ránking de pobreza. Pero el país más pobre del mundo se ha dado una alegría en medio de la desgracia porque Zambia es la nueva campeona de África de naciones, tras ganar en los penaltis a la todopoderosa y favorita Costa de Marfil de Didier Drogba, los Touré o Gervinho, que contaba con todos los jugadores en equipos de fuera del continente negro, en donde el nivel de las ligas es muy pequeño. Sin embargo, solo había dos jugadores de Zambia que jugaban en clubes no africanos: Lungu, que juega en la segunda división rusa, y Mayuka, una de las estrellas del equipo, que juega en el Young Boys de Suiza. Incluso había tres jugadores en la convocatoria que no jugaban en ningún equipo. Viendo estos datos, se puede concluir que el equipo de Zambia era de muy bajo nivel y que fue un milagro la victoria en la final. Efectivamente, fue un milagro, pero un milagro con matices.

Las balas de cobre, que es como llaman a la selección de Zambia, tiene una cosa que en África escasea y es orden. Esa virtud táctica dio ya varios títulos en la pasada década a Egipto sin tener a una gran estrella, pese a contar con grandes jugadores como Zidan o Abou Treika. La suma del colectivo y las pequeñas individualidades de los faraones les daba la Copa frente a las virtudes técnicas y no tácticas de los rivales. Pues ha sucedido lo mismo en esta ocasión, pero con una selección con una plantilla muy inferior a la que tenían los egipcios, lo que muestra la importancia de la disciplina táctica en un fútbol tan desordenado como el africano. Y en eso hay que dar gran parte del mérito al entrenador del milagro zambio: el francés Hervé Renard, que ya había metido a las balas de cobre en cuartos la anterior edición. Pero, en mi opinión, el factor más importante de la consecución del título fue la organización del ataque de Zambia. En África no hay ningún creador de juego puro de gran nivel, de eso se encargan futbolistas que en Europa juegan de centrocampista defensivo salvo mediapuntas como Kwadwo Asamoah cuya virtud es más la llegada que la visión de juego. Pero Zambia contaba con un organizador puro, un hombre que pasó por Portugal sin pena ni gloria y que ahora es venerado en su país. Se trata del jugador del Mazembe Rainford Kalaba, un hombre que mezcla el regate de los interiores con la capacidad de toque de los organizadores. Al ser único en el continente, hizo al juego de Zambia distinto del de los demás, lo que los llevó al título.

Ganaron porque se lo merecieron. Los penaltis hicieron justicia. Primero hicieron justicia durante el partido al tirar Drogba fuera uno cuando mejores estaban los zambios. El central Sunzu secó al jugador del Chelsea con un marcaje individual y los marfileños sin su delantero eran un juguete en manos del juego organizado que proponía el centro del campo liderado por Kalaba. Zohouri, técnico de Costa de Marfil, hizo la tontería de la competición al quitar a Toure Yayá a mediados de la segunda parte y al no poner a Doumbia, delantero del CSKA. A partir de entonces el asedio zambio era total pero la pelota no quería entrar. Tenía que decidirse todo en los penaltis. Ya eran ganadores morales, habían ganado a Ghana en semis y habían dominado a Costa de Marfil en la final, pero todos queríamos más. Tras siete rondas con aciertos, falló Kolo Touré. Si marcaba Kalaba, el distinto, Zambia entraría en la historia. Pero el centrocampista zambio erró su disparo. En la siguiente ronda le tocaba a Gervinho. El futbolista del Arsenal esperó porque no quería tirar, pero era su turno, tenía que hacerlo. La presión pudo con él y falló. Sunzu, el central que había defendido de una manera soberbia a Drogba, era el encargado de entrar en la historia. Él no falló. Zambia era campeona, ese país que nunca había conseguido nada, ya había conseguido algo. Esa selección que había visto fallecer a todos sus futbolistas en 1993 tras un accidente de avión ya podía dedicar un título para aquellos jugadores fallecidos. Va por ellos, y también va por ellos este grito: ¡Viva Zambia!

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